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Solita Silveyra, resurgir de las desgracias



Hace mucho tiempo que no leo una nota tan interesante, desde la confección de las preguntas hasta las distintas sensaciones que encierran las respuestas.

Una nota profunda, que le realizó el periodista José Eduardo Abadi, para la Revista Viva de Clarín, a la actriz Soledad Silveyra.

Los que conocemos a Soledad a través de sus trabajos, leímos por ahí, tramos de su pasada vida, pero acá se desnuda de una manera, que solo la sabiduría de los mayores, pueden hacerlo.

Sin vergüenza, sin rencores, sin lástima, solo aceptando la realidad como es es, como fue...

En la actualidad, le toca atravesar momentos incómodos con sus compañeras de trabajo, en Bailando por un Sueño, el tema es que está frente a dos personas mayores, (Casán y Guevara) que no miden sus formas, agreden y juegan un juego sucio, de denigrar a las personas.

La tildan de borracha, y Soledad, se lo toma con gracia, hubo un cambio de actitud, luego de recibir consejos de la reina madre Mirtha Legrand, quien al verla tan desprotegida, dijo que quería hablar con ella.

Me encantaría que Soledad, pudiera escribir un libro, con los zapatos de su vida, su forma de narrar, me gusta, y la experiencia que tuvo con sus malos tragos vividos y la forma de salir adelante, puede ser un ejemplo, para muchos que se pueden encontrar en situaciones similares, sin saber como proceder.

En la vida, no todo es nacer y morir, renacemos varias veces, cuando nos sentimos morir otras tantas...

Se puede resurgir de las tragedias...solo hay que encontrar el camino para lograrlo.


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Entrevista de la Revista Viva - Clarín - 7/6/15
Artista:  Soledad Silveyra   Periodista: José Eduardo Abadi

¿Soledad Silveyra es tu nombre verdadero?
Sí. Me llamo Lía Soledad Silveyra.

¿Por qué te pusieron Soledad?
Por mi abuela. También se llamaba así. Yo me quise sacar el Lía por comodidad, para que fuera sólo Soledad Silveyra.
¿Y ser actriz de dónde proviene?
Fue por necesidad. Mi mamá se casó, mi viejo me abandonó. Yo tenía un año. Mi viejo era espléndido y muy buen mozo. Con mamá era muy complicado. Ella terminó suicidándose a los 50 años, después de millones de intentos. Fue una vida muy dura. Mi mamá se volvió a casar cuando yo tenía 8, con Carlos, y ahí mejoró un poco la condición económica. Yo iba a fiestas en el Alvear. Se murió Carlos y se cortó todo.
¿De qué trabajaba Carlos?
Era odontólogo. Tenía un hermano de ese matrimonio, Máximo, que después murió de VIH en 2002. Mis padres se separaron y se volvieron a casar cada uno por su lado. Nos quedamos en la ruina y se empezaron a vender candelabros, alfombras, platos. Venía Zelmar Gueñol a casa, el actor a quien le debo ser quien soy, y escuchaba que yo me encerraba en el baño y hacía una especie de Antígona porque lo enterraba a Máximo en el agua, lo sacaba y lo ponía. Hay una cosa con el entierro de mi hermano. Una cosa muy curiosa, sin haber leído nada de Antígona. Habré empezado a jugar a los 10 años. En ese tiempo, también la imitaba mucho a Pinky. La veía entrar en el edificio donde viví hasta los 18 años. Siempre me escondía por todos lados, era una chica de espiar por la cerradura. Tengo dos dedos diferentes, con un tajo, debido a que, a los 7, mi papá apareció en casa y estaba con mamá, no lo podía creer... Entonces me puse a mirar por la cerradura y me escucharon, abrieron la puerta y, al hacerlo, me arrancaron la yema del dedo. Era una niña muy Lewis Carroll (el autor de Alicia en el país de las maravillas). Supongo que eso tiene que ver con la falta de amor.
Pinky parece ser una referente.
Claro, lo era. Siempre espléndida, monísima y fina con sus capelinas, que yo ahora uso mucho también.
Lo anhelado estaba en esa figura.
Claro. Y un día me llamó Zelmar, cuando me escuchó en el baño, y me preguntó si quería actuar. Le dije que quería comer, que necesitaba ganar plata. Estaba en quinto o en sexto grado del colegio.
La necesidad apremiante de una nena de 12 años.
Debía poner plata en casa: era un desastre. Estábamos mi abuela, mi madre y yo. Con ellas me crié, y con mi primo Jorgito, que después se fue. No entraba un peso. Pensar que iba a Plaza Lavalle y leía los libros Susi y Vidas Ejemplares.
Dos mundos distintos.
Esas cosas por las que los intelectuales te dicen que sos una actriz popular y los actores populares te dicen que sos un intelectual. Estaba con mi Susi, bajaba con mis medias pompón, ponía un paño bordó y, ahí, mis revistas para vender. Tenía colecciones enteras y, con lo que vendía, compraba cosas para comer. Yo le decía a Zelmar que quería ganar plata, no ser actriz, y él me decía que tenía condiciones para subirme a un escenario. Me llevó a una prueba en Teleonce. Estrené con Rodolfo Salerno, María Aurelia Bisutti y Susana Rinaldi. Me llamó Nené Cascallar para hacer El amor tiene cara de mujer y empecé una carrera. Ya a los 15 filmé con Palito Ortega Un muchacho como yo Quiero llenarme de ti, con Sandro.
Que rápido el despegue.
Me fue muy bien. No paré de trabajar en 50 años. Desgraciadamente no hubo formación. Comencé más grande al darme cuenta de que hacían falta buenos textos para ser buena actriz. Ahí empecé a estudiar con distintos maestros.
¿Cómo te llevás con 'Bailando por un sueño'?
El año pasado, al principio, no la pasé muy bien. Después, gracias a esta capacidad de trabajo y a mi personalidad multifacética, pude salir adelante y terminé bien. Tenía ganas de volver al teatro este año, pero no encontré obra y los últimos tres meses de show con Bailando fueron estupendos. Así que voy a seguir buscando en teatro.
¿Es atractivo el trabajo  con Tinelli?
Traté de hacer que lo fuera para mí. No soy mediática y me cuesta mucho serlo, me hacen mucho daño los comentarios. Para un ser muy sensible no es fácil; te vas cargada, es un sonido fuerte. En los primeros cuatro meses, levanté hiperteroidismo. Mis hijos se asustaron y me acompañaron al endocrinólogo. Imaginá la cara del médico cuando me vio con los dos, uno de 43 y el otro de 41: ¡dos bestias! Me trataron y ahora estoy bien, aunque no del todo. Pasé un verano hermoso junto a mi sobrina, nos fuimos de vacaciones. Alquilé una casita cerca de mis nietas, que es el lujo mayor. Me cuesta mucho conectarme con el placer, soy muy dura conmigo.
¿Desde siempre?
Sí. Un detalle con lo del nombre Soledad: yo me encerraba en el cuarto para no escuchar gritos ni ver escenas violentas. Había mucha violencia en mi casa.
¿Cuántos años tenías cuando tu papá se fue?
Se separaron al año.
Son recuerdos muy difusos.
Sí, pero recuerdo cuando tenía 5, 6 y 7.
¿Pero quién era violento?
Mamá: ella era violenta con todos. Mezclaba alcohol y pastillas como Judy Garland. Los farmacéuticos de Tribunales le vendían sin receta y yo, con 6 años, iba a pelearme con ellos. Un día, Santiago Gómez Cou, otro gran actor, me vio chiquita y gritándole al farmacéutico. Me levantó, me puso en el mostrador y me recitó Una rosa blanca. Fue inolvidable, pero no calmaba mi bronca.
Una cuota de agresión terrible que luego se volvía contra ella.
Se cortaba las venas una vez al mes.
Comprendo el miedo y la angustia que sentirías de chica.
Pero vos viste que el hombre se acostumbra a todo. Me acuerdo de que un día, cuando tenía 8 años, mi abuela se enojó y se fue. Se me ocurrió ir al cuarto y vi un charco de sangre que salía de ahí. Se había cortado las venas otra vez. Yo usaba el Simulcop, que enseñaba a hacer un torniquete con un cinturón elástico, así que le hice dos torniquetes con el cinturón y me fui a la Cruz Azul,  sobre la calle Uruguay. Esa vez zafó. Hubo mucha violencia y mucha patada. Ella era bailarina y tenía unas piernas muy fuertes. Cuando se suicidó, se había ido al último pueblito de La Rioja. Mi hermano Máximo era homosexual y ella no lo podía aceptar. Se lo llevó para allá, estuvieron dos años y él se quiso volver. Hubo una escena en la que ella disparó, Máximo pegó un salto y cayó en una zanja.
¿Ella le disparó a Máximo?
Sí. O disparó al aire. No quise mirar la prueba balística porque me pareció demasiado, pero había un tiro a la altura de Máximo. Se ve que ahí dio vuelta el arma y se disparó. A los dos días yo ya estaba allá y le quise abrir la mortaja, pero la vi tan en paz...  con una carita que hacía tantos años que no la veía.
Que nunca viste.
Nunca la había visto bien. El único momento que tengo así de mamá, que me conmueve, es cuando había un perrito en una veterinaria de Montevideo y Marcelo T. de Alvear, yo pasaba y lo miraba. Un día se sacó el anillo y le dieron el perro: conseguía lo que quería.
Qué sensación de desamparo y de peligro debía generar tu madre.
Fuerte. Me acuerdo de haberla ido a buscar, con mi abuela, a la asistencia pública en la calle Suipacha. Era un horror.
Creciste en un espacio en el que debías defenderte como podías.
Sí. Y,  además, empezar a trabajar siendo tan chica y rodeada de lo mejor: Bárbara Mujica, Norma Aleandro, Alfredo Alcón y muchos más. Había mucho cuidado. Cuando me preguntan si un niño tiene que trabajar, me cuesta mucho decir que no porque me salvó la vida.
El trabajo te generó una pertenencia saludable.
Ahora me está pasando algo curioso: siento como que no tengo ni el ego ni el narcisismo de otras compañeras actrices que necesitan trabajar. Entonces me pregunto: “¿No será que ya tengo 50 años de laburo?”. Empecé por necesidad, la vocación se fue construyendo. Para mí, ser actriz era un espanto. Mis tías Silveyra, cuando empecé a trabajar, me pidieron que me sacara una letra del apellido, como que les daba vergüenza. Me negué. Pero si hay algo que me funcionó en la vida son las disculpas y entender a la gente. No soy rencorosa.
¿A tu papá lo volviste a ver?
Cuando yo tenía 15 años, una vez me fue a buscar al colegio. Yo estaba fumando en la esquina. Con mis amigas lo miramos como diciendo “¿qué hace acá?”  Ellas me decían que podía ser mi hermano mayor. Me ofreció un cigarrillo después de comer y le dije: “Qué fácil ser permisivo cuando no se ha criado a nadie”. Me molestó mucho. A mis 16 años, él tenía cáncer y la mujer no me dejaba verlo. Me avisaron amigos que estaba internado. Después sí pude  acompañarlo durante 16 días en la agonía. No sé si me vio.
Lo despediste. Fue importante.
Con mis hermanos Cecilia y Juan Eduardo, que tenían 6 y 3 años, nos hicimos un tajito como hermanos de sangre. No los vi más hasta que hace unos años apareció Juan Eduardo a la salida del teatro y, desde ahí, somos mejores amigos y pude recuperar a algunos de los Silveyra. Hoy, con mis tías –las que me pidieron que cambiara la letra de mi apellido– lo tomamos con mucho humor. Pudimos armar la familia con todo el amor.
¿Cómo no vas a elegir Soledad? La soledad que testimonió un abandono, pero podía protegerte del sufrimiento de las compañías peligrosas.
Sí, tuve una abuela extraordinaria. No sé qué hubiera sido sin ella. Me cuidaba como a la vida, pero siempre defendiendo a su hija, aunque no pudo ayudarla.
Te permitió ser quien sos.
Qué curioso que uno pueda amar tanto a alguien tan distinto. Mi abuela era radical. Mi bisabuelo combatió con Leandro Alem, en Plaza Lavalle. Ella tenía el sable guardado y en el ‘30, cuando subió Uriburu, salió a tirarlo a una alcantarilla. Cuando me lo contó, no lo podía creer. Me empecé a formar ideológicamente. ¡No entendía cómo había podido tirar ese sable! Era muy antiperonista. Yo nunca fui peronista aunque me hayan querido hacer.
Pensaba en la imagen que uno tiene de vos. Hay simultaneidades: uno guardó a la jovencita que eras, por un lado, y está la mujer adulta que uno ve, por el otro. Pero ninguna termina de correr a la otra...
Hay una niña muy fuerte adentro, creo que es por ser abuela. Es una bendición y es como un nuevo continente para mí.
En realidad fue una nena que salió a pelear a la vida y decidió no caer. Es alguien que ganó y pudo salir a flote y convertirse en la mujer que es hoy.
Y sí. Yo tenía un disco de pasta, de un lado estaba La Farolera y del otro Solita y sola, por eso yo soy Solita. La cancion dice: “Déjenla sola, solita y sola, que la quiero ver bailar, saltar y brincar”. Ese verso fue un mantra en mi vida. En medio de los gritos me ponía eso fuerte y salía preparada para la vida, porque tenía que saltar, brincar y andar por los aires.
A pelear...
A los 18 salí de esa casa y me casé con  (José María) Jaramillo. Pasé diez años maravillosos, lo amé profundamente y tuve dos hijos extraordinarios. Nunca nos divorciamos. Cada vez que alguien compraba algo íbamos los dos y firmábamos. Quería entregarles a mis hijos la confianza, es fundamental en la vida.
La confianza es lo que debés haber gritado y necesitado tanto tiempo.
Pobre diabla es el título que me puso Alberto Migré para el personaje de una chica que se convierte en una empresaria impresionante. A mí siempre me quedó eso. Ahora estoy tratando de romper un poco y disfrutar bien de lo que hice. Acabo de cumplir 63 años y estoy muy bien.
Dejaste de ser la protagonista del argumento en que te metió la vida y creaste tu propio argumento.
Sí, a los 15 años compré todos los muebles de la casa.
Distinto a la fantasía de la gente.
No tengo nada que me haya dejado un hombre, una herencia o algo así. Todo salió de mí.
Pero la imagen popular de Solita es como una nena paqueta que sale a la vida a jugar.
La malcríada.
Una mujer que, en realidad, salió a salvarse la vida. No sólo en términos de comida, sino a que no la borren del mapa. Es una lucha muy feroz.
Fue muy doloroso ver a mi madre así. Cuando ella se suicidó, tardé 15 años –hasta que murió mi abuela– en ir a buscarla al pueblito. Quedé muy enojada con el suicidio. Ahora, cuando me compré el departamento, me puse fotos de mis muertos, están todos en unos cuadritos divinos. Son los que me cuidan. Los tengo a todos en la entrada con sus mejores fotos y eso me hace muy bien. Después, en la mesa de luz, a la China Zorrilla y a mamá. La China fue muy importante en mi vida.
Encontraste figuras que pudieron ocupar esas funciones que faltaban.
Encontré gente maravillosa, además en el sentido cultural y educacional. Nunca fui una niña bien educada, todo lo tuve que hacer sola. Me cuesta el inglés. Mi hijo me hizo prometer que, después de este segundo año con Marcelo Tinelli, me voy a ir a Londres para invertir en mí, olvidarme de todo y que vuelva con el inglés. Me da mucha satisfacción cuando escucho a mi nieta Inés, de 7 años, y habla inglés muy bien. ¡Me da clases!
Los caminos de ida que no pudiste hacer antes y sí ahora. Se me ocurrió que una madre bailarina...
Pero mi abuela no la dejó ejercer...
Una madre que quiso ser la bailarina que no fue. Y a vos te toca ser jurado de un programa donde hay gente que quiere ser bailarín, sin serlo.
Pensar que mi madre lo era...
Sí. Ahí estás vos juzgando a una bailarina: “¿Qué hago con ese juicio? ¿La consagro, la liquido o qué?”
Es una enorme responsabilidad, tenés razón. No lo había pensado antes.
Es distinto lo que transmitís a nivel personal que en la televisión.
La gente me dice que soy mejor en persona, que ahí transmito eso que soy. Me lo dicen mucho.
Hay una densidad cuando hablás y decís, hay una fuerza que aparece más que en la pantalla.
Puede ser, creo que tiene que ver con el producto que uno hace.
Frente a tus hijos debe estar la preocupación sobre qué madre sos.
Lo tengo clarísimo.
¿Viviste con Hernán Lombardi?
Viví con él. Siempre fuimos muy amigos, siempre nos quisimos. El es diez años menor que yo. Quería tener un hijo y lo dejé seguir. Otro hombre significativo en mi vida fue Miguel Angel Solá.
¿Fue una relación prolongada?
Fueron tres años maravillosos. Anoche me besó las manos porque pensé que estaba enojado y que no me quería más. Vino para hacer una novela. Fue muy importante para mis hijos. Con David Viñas estuvimos seis años y fue un muy buen curso de historia argentina.
¿En este momento estás en pareja?
No, y estoy bien. Si viene, viene, pero no necesito tener un hombre al lado para estar bien.
El abuelazgo es central para vos.
Me mata ver la familia y que esté unida, ver a mis nietas contenidas. Ver a mis nueras que arman los desayunos con mucho amor. Me hace muy feliz.
Tenés mucho que ver. Los ayudaste para que eligieran.
Es muy lindo. Hicimos un viaje maravilloso, nos gustan las mismas cosas. Una tiene una parte artística muy fuerte y la otra es filósofa.
Ese abuelazgo te fusionó con la abuela maravillosa que tuviste. Se nota que vivís una sensación de mucha alegría al poder ser una abuela que se comporta con tus nietos como lo hacía tu abuela con vos.
Me cambió la vida. Es maravilloso. Mis nietas tienen dos abuelas distintas; una tana, cocinera y trabajadora, y la otra, la payasa. Es muy lindo.
Veo que tenés ganas de crear algo desde un lugar no sólo actoral, sino desde otro espacio.
Hoy la sociedad reclama algo más, quiero algo que me renueve. Se puede hacer algo con un grupo de gente y sería bueno hacer prueba en cable o en un canal abierto para que todos puedan ver.
Qué notable es tu ejercicio de dar.
Me gusta. Me hice amiga del párroco de la iglesia de la calle Montevideo. Nunca pensé que iba a hablar tanto con un cura. El me dice que me gusta ayudar y dar. Le digo que soy una buena cristiana. No me puedo apegar a la Iglesia, pero tengo la formación del cristianismo. Me marcó mucho de chica el sentido del prójimo.
Sabés reparar y, cuando lo hacés, te hace mucho bien a vos.
El otro día fui a visitar a mi sobrino a Tres Arroyos. Me subís a un micro a recorrer el país y soy la mujer más feliz. Me encanta ir a los teatros y andar en bicicleta, tomar mate con la gente.
Escucho una mujer que tiene ganas de que nazcan cosas. Arriesgá, no hay peligro. ¿Escribiste algún libro?
No, me llamó una vez la editorial Planeta. Trabajé este verano escribiendo mucho sobre mí, pero no me gusta hablar mucho de mí. Tenía ganas de hacer una historia sobre los zapatos de mi vida: mis primeros escarpines, los de baile de mi mamá, los zapatos militares, mis primeros tacos altos. Cómo cambio de personaje según cómo cambio de taco. De alguna manera, contar la historia argentina a través de los zapatos y cómo caminé la vida. Tengo muchas ganas.
Es invitar a que te acompañen a través de tu camino.
Puede quedar algo mágico.
Jugá y probá.
Te voy a hacer caso.
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Reflejos Femeninos
A.M
Fuente: clarin.com / Revista Viva

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